-Señor -empecé a decir, apretando el duro y frío león torneado-. No puedo hacerlo.
-¿Hacer qué, Griet? -parecía sinceramente sorprendido.
-Lo que me va a pedir que haga. No puedo ponérmelos. Las criadas no llevan perlas.
-Qué impredecible eres. Siempre me sorprendes.
Pasé los dedos por la nariz y el hocico del león, hasta la melena, suave y nudosa. Sus ojos seguían mis dedos.
-Tú sabes que el cuadro lo requiere -dijo en un murmullo-, necesita la luz que reflejan las perlas. Si no, no estará acabado.
Claro que lo sabía. No había pasado mucho tiempo mirando el cuadro -se me hacía muy raro verme allí-, pero enseguida había sabido que necesitaba la perla del pendiente. Sin ésta, sólo estaban mis ojos, mi boca, la banda de mi camisa, el oscuro espacio detrás de mi oreja, cada cosa por su lado. El pendiente lo uniría todo. Completaría la pintura.
La joven de la perla, Tracy Chevalier
Pulseras de latón tubo bronce antiguo y plateado brillante con entrepiezas perladas acrílicas |
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